No se trata de ninguna travesía en barco esta vez, qué más quisiera, sino de un periplo en mi furgoneta, cargada con la herramienta y con la “amarilla”, la bicicleta que siempre me acompaña.
Parece que mi llamada de “auxilio”-esa entrada que publiqué con el Mayday y mi dirección de correo- va dando sus frutos y se me va requiriendo para algunos trabajos. Trabajos que me van llevando ahora de puerto en puerto, aunque por carretera. Desde aquí quiero agradecer su confianza a los que se han puesto en contacto conmigo y me procuran estas pequeñas faenas en sus barcos.
El sábado 12 salí muy temprano de San Carlos hacia Tarragona, para asistir a un seminario sobre tratamientos de la osmosis en los barcos de PRVF(fibra de vidrio), que es asunto que trae de cabeza a muchos navegantes que tienen su barco construido en este material, y que son la mayoría. A pesar del madrugón llegué tarde, porque llovía a mares y ya llevaba así toda la noche, de modo que la N 340 amaneció como una interminable piscina plagada de señales para que nadie nadase a más de 80 o a más de 100 km/h, y donde los camiones que venían de frente saludaban al pasar, como un niño gordo y embrutecido, con una aguadilla inacabable de las que salía uno sin saber si estaba boca arriba o boca abajo, si el agua nos caía del cielo o es que había decidido regresar proyectada hacia él. Luego ya, en los tramos de la A-7 se nos permitía marcarnos unas brazadas a 110, y allá se lanzaron todos alegremente, los grandes y los pequeños.
A mí esto del 110, ahora, hasta cierto punto como que me da igual, porque con siete litros escasos de gas-oil a diez euros la ración, no me queda otra que templar la voracidad de mi furgoneta no pasando de 90, pero dejando aparte mi caso tengo la opinión de que hay otras cosas que hacer antes que ocuparse en discurrir este tipo de sandeces. Y no puedo evitar decir esto a raíz del susto que tuve ese mismo día y de la tragedia que presencié en el mismo sitio al día siguiente. El sábado yo llegué nadando al estilo perro hasta Tarragona y a ratos me podía consolar pensando que navegaba a 50 nudos.
El seminario antes mencionado se impartía en sesiones de mañana y tarde y durante el descanso del mediodía yo aproveché para llegarme hasta Torredembarra, donde había quedado para ver un trabajo en un barco amarrado allí y donde a la semana siguiente ya tenía convenido carenar otro que en principio el martes 14 habría que traer desde Tarragona. Una feliz coincidencia si podía empalmar los dos trabajos seguidos en el mismo lugar, pero una felicidad condicionada a que de una vez dejase de llover. En la rápida escapada de Tarragona a Torredembarra no paró, aún es más, tuvo a bien acompañarse de un viento no muy fuerte pero racheado y frio, que unido al gris uniforme que teñía el paisaje y al vaho de los cristales pintaba un universo desapacible y mermaba bastante la visibilidad.
Buscando el puerto de Torredembarra viniendo por la A7 la señalización vertical es confusa, se interrumpe de repente, uno cree que lo han abocado hacia la autopista AP7 cuando el letrero anterior indicaba también la N340 y cuando ya se cree destinado a pasar por un peaje reaparece otro letrero indicando lo contrario. Para quien no se conozca el lugar y circule sin navegador, un día cualquiera es un fastidio; un día como el sábado un volantazo me libro “in extremis” de meterme en la autopista en dirección contraria.
Como la visita al barco a reparar fue incomoda y parcial bajo una lluvia que arreciaba por momentos, regresé a Tarragona habiendo quedado para el domingo con el dueño del barco con el fin de revisar todo aquello a fondo y confeccionar una lista detallada de los trabajos a realizar. Acabado el seminario, que durante la tarde de dedicó a realizar algunas prácticas con laminados y resinas, compartí un café con algunos de los asistentes, cofrades de la Taberna del Puerto y con Agustín, quien lo impartía y al que yo ya conocía de antes, y me quedé a hacer noche en Tarragona, alojado en el amplio camarote de mi furgoneta y haciéndome un hueco entre las cajas de herramienta y los diversos bártulos que allí se acomodan. Aparqué cerca del náutico, porque unos compañeros tuvieron la amabilidad de prestarme una llave para acceder a las duchas y así comenzar el domingo bien limpio y fresco.
El domingo amaneció endomingado, radiante y luminoso, y con el ánimo que un cambio así propicia me puse en camino otra vez a Torredembarra. Al llegar, cerca del punto donde el día anterior había tenido el susto pero en el sentido opuesto, los mossos de escuadra estaban desviando la circulación. Un poco más adelante todos pudimos ver un enorme tráiler blanco cruzado de parte a parte sobre la vía y bajo la cabina del camión los restos espeluznantemente desmenuzados de un coche rojo. No es necesario entrar en detalles. Más tarde me fui enterando; cuatro muertos, dos mujeres y dos niños; al parecer invadieron el carril contrario, inexplicablemente; luego no debió de ser así sino que iban en contradirección; empiezan los periódicos a contar que aquello ya venía siendo un punto negro de la N340; más tarde los alcaldes de las poblaciones aledañas declaran que ya venían denunciando hace tiempo que la señalización y los accesos son confusos o están mal diseñados, ect. Por esto venía en parte mi comentario acerca de los dichosos 110.
¿En qué coño estamos pensando? Imagino que no seré el único al que le pasa que cuando circula por una zona que desconoce buscando una dirección o llegar a donde quiere, en algunos sitios, se vuelve loco con la señalización y acaba conduciendo de forma errática y dubitativa, exasperando al que viene detrás, dando frenazos y maniobrando al final de forma peligrosa. Pero ésto, tan sencillo de solucionar con un poco de sentido común y algunos medios humanos y muy pocos materiales, no se soluciona hasta que pasa lo que ya no tiene solución ninguna.
Y mientras, los medios humanos y materiales,( muchos, por cierto), estaban agazapados en las rotondas, tras un arbusto en un tramo con el límite de velocidad rebajado o tras la primera curva junto a un restaurante donde se celebran bodas; cuando no dedicados a encargar, pagar y colocar miles de pegatinas para que no se circule a 120, cosa que en realidad ya no hacía casi nadie, sino a 110 en aras de un hipotético ahorro de combustible. Y que todo esto estará muy bien y al parecer debe ser necesario y hasta imprescindible, pero digo yo que la realidad demuestra, a veces de forma dramática, que antes habría que ponerse a hacer otras cosas.
Bueno, ya lo he soltado. Ya sé que esto no viene muy a cuento en este blog, pero es lo que me ocurre y últimamente, mi única expansión: poder escribir en él lo que quiera.
Yo sigo aquí, en Torredembarra, bajo la lluvia que no cesa (porque ya llevamos dos días así, lo del domingo fue un espejismo) y trabajando, poco y malamente con este tiempo, la verdad, en el barco que vine a ver el domingo. El otro, el que tengo que carenar, ha retrasado el traslado hasta el jueves que parece que viene bueno.
También esta uno, desde el sábado, día a día, casi a cada momento en que puede ver la televisión o leer el periódico, en Japón. Yo, como estoy aquí sólo, no sé si la gente en Zaragoza o en San Carlos, o donde sea, hablará de ello. En mi caso lo prefiero así, porque no tengo palabras, no sabría que decir; pero el caso es que no se me va de la cabeza.
Y aquí la lluvia sigue cayendo, mojándolo todo, mojando mis herramientas y encharcando la cubierta, filtrando agua hacia una sentina que intento secar. Mojándome yo, que llevo dos días en que no me siento seco del todo, impidiéndome trabajar o deshaciendo lo que tenia hecho.
Y quisiera uno quejarse contra esta impertinencia liquida que tanto le contraría y tanto le exaspera.
Y uno piensa en todo lo demás y acaba por descubrirse la cabeza, contemplar la lluvia y decir:
-¿Qué coño?, ¿Qué más da…?. Que llueva si quiere.
Luis Miranda, 15 de Marzo de 2011, flotando en otro barco en el puerto de Torredembarra.