Archivo de casera

DE PATROCINIOS, PROMESAS Y BONITAS PALABRAS 2

Posted in Uncategorized with tags , , , , , , , , on 13/11/2010 by retovueltaalmundo

Foto:25Sept. Cabo de San Antonio por la proa del “Vito”

 

 

Continuo; mi situación en San Carlos ya era complicada esta primavera, antes incluso de poder trasladar el “Pilar Ortiz” desde la explanada del varadero hasta el local dentro del pueblo que yo di en llamar «el astillero». Tardé bastante en poder hacer el traslado principalmente porque tenía que reunir antes el importe para la grúa además de que me instalaran el contador y poder disponer de electricidad. Al menos yo en aquel momento tenía la tranquilidad de que el Ayuntamiento me subvencionaba el gasto de ese alquiler y el coste de la instalación eléctrica. Lo que no podía imaginar es lo que ocurriría después.

Un día me comunicaron que para poder hacer efectivo el patrocinio, por cuestiones administrativas, de presupuestos, etc, el modo de proceder sería poniendo el contrato de alquiler a nombre del Ayuntamiento en lugar de al mío, como estaba, e ir ellos atendiendo los recibos. A mi me pareció una solución perfecta. Pensé que le iba a dar una alegría a la casera, que ya por entonces comenzaba a impacientarse, y corrí a buscarla para comunicárselo. Pero lo que le dio fue casi un soponcio. Yo lo último que  esperaba fue aquella reacción, me acordare siempre; la encontré en la calle, cerca del local, y le solté la buena nueva con el alivio de quien se quita un peso de encima. Y ella arrojó por la boca, allí en plena calle, un surtido muestrario de las furias del averno a pleno pulmón.

Yo la contemplaba, imagino que estupefacto, intentando comprender y decir algo sin conseguirlo. Aquel hiriente timbre de voz, desconocido hasta entonces para mi, manaba de aquella malherida garganta lacerándome los oídos e inundándome el alma de una nítida pesadumbre, de la certeza de que algo iba muy mal.

No hace falta decir que la propuesta no le encantó. Ella quería el dinero y que se lo pagase yo, directamente. Al parecer tenía sus cuitas con el Excelentísimo y no quería saber nada de aquello. Mas tarde supe lo que ocurría, cosa que guardaré para mi, pero que me dejo claro que no sabia donde me había metido. El problema es que ya estaba dentro y con tres toneladas de barco y casi otras tantas en herramientas, máquinas y pertrechos, además de las incontables horas empleadas en montar el taller y la factura de Ramón, el electricista, que aun tengo pendiente.

Me toco volver al Ayuntamiento con la desconcertante respuesta,  que acaso no les sorprendiera demasiado, y volver a reunirme con el alcalde bastantes veces y con el concejal de deportes bastantes más. Aquello complicaba mucho las cosas; al parecer las partidas para subvenciones estaban ya cerradas y ambos pusieron todo su empeño en buscar entonces una solución, cosa que desde aquí les agradezco. Y me daban una fecha, y luego otra, y otra, y yo tenia que trabajar allí, casi de puntillas, con la casera viviendo en el piso de arriba y ocupando para sus cosas el local contiguo separado del mío por un tabique a media altura. Casi todos los días entraba a coger algo, baldear la solera de cemento o dar de comer al pequeño zoológico que allí alberga; los días de malas, el metálico retumbo de las enormes puertas de chapa precedía unos instantes a aquel hiriente desgarro de voz cascada, de vocales estiradas hasta la rotura en un sobreagudo deshilachado. Dos grandes loros que habitaban dos jaulas enormes le hacían los coros y, en su ausencia, cuando todo quedaba en silencio, inopinadamente se animaban a emularla para  sobresalto y erosión de mis nervios. Agotado de aquella tensión cotidiana, que no era la única que padecía, conseguí reunir para pagarle dos meses en tanto que el ayuntamiento acababa de resolver. Esto me permitió trabajar allí tranquilo una temporada pero me dejo definitivamente sin dinero.

 Al poco se me dijo que la subvención se había fijado en 6.000.- euros, que en el próximo pleno se votaría y que unas semanas después podría disponer del dinero.

Y llegó el día y se votó y como el equipo de gobierno es mayoría se aprobó y pasadas las preceptivas semanas me llegué al ayuntamiento y subí a ver al alcalde. A este alcalde se le va a ver directamente, como quien va a la farmacia; acaso se hace un poco de cola si hay alguien delante y no hay más, el alcalde, Miguel, allí esta y el alcalde me dice que tengo que hablar con la interventora. Y yo bajo tan feliz entendiendo que será lo mismo hasta que la impasible funcionaria del mostrador me para en seco y me advierte, aún sorprendida por mi osadía, que la audiencia con la interventora se obtiene previa solicitud  de fecha y hora. La solicito pues y me emplaza para dentro de dos días a la una en punto. Como se podrá entender en la fecha allí estaba yo diez minutos antes de la hora. Le hago notar mi presencia y me reconoce, confirma mi nombre y me dice que espere, indicándome con un gesto un par sillas cercanas. Me siento y me levanto casi inmediatamente; cuando pasan cinco minutos de la hora y teniendo en cuenta que me tiene a la vista, me acerco.- Disculpe..pasa ya de la una y ….- Esta ocupada hablando por teléfono, espere-.

Me retiro, paseo sobre las baldosas del hall, me acerco, la funcionaria me ignora, empiezo a maldecir no haber traído nada para leer, miro el reloj; y veinticinco, arrumbo al mostrador y cuando llego ella levanta la vista y la vuelve a dejar caer sobre sus papeles, menos veinte, ella no tiene la culpa, paseo, intento ver; a través de la mampara el cristal esmerilado me regala la figura desdibujada de la interventora, tal vez sosteniendo un teléfono. Mi impaciencia me hace imaginar una postura un tanto relajada, los tonos propios de una conversación fútil, inacabable, tal vez con una mujer al otro lado;  reloj, casi las dos, tal vez con el mismísimo demonio.

Suelto amarras del mostrador e intento mantener la calma leyendo todo lo que encuentro por las paredes, trípticos, folletos, hasta que en el arranque de la escalera encuentro un tablón de corcho generosamente tapizado de actas, mandamientos, boletines y ordenanzas que leo distraídamente hasta que la frase “volta al mon” fugazmente entrevista me detiene en la convocatoria de un pleno extraordinario, con una larga lista de enmiendas a votar, propuestas por la oposición, contra disposiciones del ayuntamiento. Una de ellas mi patrocinio.

He anotado mentalmente la fecha y la hora del pleno, el viernes a las diez de la noche.

Le digo a la funcionaria del mostrador que salgo a fumar, que no la pierdo de vista a través del ventanal por si me avisa. Pasan de las dos y cuarto.

Mis pensamientos se arrancan en alocadas carreras mientras lío el cigarrillo. Una indefinible angustia se apodera de mi estomago y contrasta violentamente con el luminoso día; ahora el sol se me antoja cegador, agresivo. Aun así, en aquel momento, no podía ni sospechar lo que ocurrirá en ese pleno. Que la entrevista con la interventora, que al fin aconteció tras hora y media de espera, después iba a carecer de toda trascendencia, casi como la interminable conversación telefónica que yo le había imaginado.

–         continua –

Luís Miranda, 13 de Noviembre 2010 desde el “Vito”